Leyendas urbanas: “Conectan con nuestros temores internos”

Leyendas urbanas: “Conectan con nuestros temores internos”

En el fondo, nos encanta que nos “vendan la moto”, y más todavía cuando aquello que nos cuentan tiene un cierto halo de credibilidad. Al fin y al cabo, ¿cómo dudar de eso que le ha pasado al amigo de tu amigo? ¿Cómo no creerte la historia amparada por no se sabe qué sesudo científico de todavía se sabe menos qué universidad de tampoco recuerdo qué remoto país? Es lo que sucede con las leyendas urbanas: que casi siempre hay alguien que “pica”.

¿El motivo? Suelen ser narraciones cortas, sorprendentes o inquietantes que tienen el poder de avivar la imaginación. Se cuentan como verdades y encima nos encanta escucharlas, porque nos sorprenden y hasta nos entretienen. Hay quien dice que incluso nos sociabilizan. La leyenda urbana recuerda al antiguo mito o a la leyenda, a esa historieta que los antepasados contaban en torno a la hoguera cuando no había tele. Relatos que hoy en día han perdido parte de su “sacralización” llegando vía correo electrónico, por SMS o siéndonos narrados mientras compartimos música MP3. Pero la esencia, aunque no haya hoguera de por medio, es la misma: nos narran algo que nos descoloca, quizá porque le podría pasar a cualquiera. Explican algo que conecta con nuestro temor o morbo más interno, quizá con nuestros deseos, tal vez con los traumas o las inseguridades. Algo que nos resulta sorprendente, chocante, puede que incluso divertido. Y es que una de las claves de la leyenda urbana, por encima de todo, es que capte la atención. La chica de la curva, el cocodrilo albino de la alcantarilla, los humanos mutantes, el preservativo en la lata de refresco, las prótesis de silicona que explotan en pleno vuelo… Hasta las leyendas urbanas tienen sus clásicos. Sin embargo, cada día surgen nuevas, muchas de ellas amparadas en la actualidad, gracias a lo cual siguen vigentes. Algunos ejemplos son: las bombillas de bajo consumo emiten una radiación que reduce la libido a cero, de manera que es mejor no ponerlas en el dormitorio; las nuevas bombillas pueden explotar y liberar un gas tóxico… Luego tenemos otras, como que todos los teléfonos móviles de nueva generación son espías y remiten a través de un doble canal las llamadas que hacemos y recibimos a la CIA, que controla nuestras conversaciones. Y, últimamente, será por aquello del apagón digital, se dice que los codificadores de TDT incorporan dispositivos para registrar nuestros gustos televisivos y que incluso pueden convertir la pantalla de la tele en una cámara espía. ¡Hay gente de la tercera edad que ha llegado a verla a oscuras para evitar el espionaje! En su momento hubo una historia muy divertida: un fallo en el tintaje de los billetes de euro provoca que se borren a las pocas horas de estar en contacto con el sudor de la piel. Como vemos, todo sirve. Pero para seguir dándole vida a una leyenda urbana no siempre es preciso basarse en las novedades. A veces basta con actualizar la historia. Un ejemplo: ¿recuerdan aquella frase que se inscribía borrosa en las camisetas de broma y que decía “demasiado sexo daña la vista”? Pues también está adaptada. Hace tiempo que una leyenda reza que grupos ultraconservadores han instalado unos plugins en ciertas páginas web de pornografía capaces de alterar el nivel de parpadeo de los monitores de los ordenadores. Como resultado, tras un uso reiterado de este tipo de páginas, decenas de usuarios de todo el mundo han visto afectadas sus retinas. La misma historia con distinto formato. Y qué decir de la comida y la bebida. Si en su momento les tocó el turno a la más famosa cadena de hamburguesas y su presunta vinculación con roedores o al popular refresco de cola que era la chispa de la vida porque, según la leyenda, además de servir para desatascar tuberías, en su composición contenía sustancias adictivas, ahora le ha tocado a ese café que anuncia George Clooney. Sí, ya hace meses que corre la leyenda de que la cápsula de café contiene una sustancia adictiva que se diluye en el agua caliente. En el fondo necesitamos leyendas urbanas. Y es que la rumorología va con el ser humano tanto como el deseo de inventar historias. Quizá esa debería ser la función de la leyenda urbana: divertir, entretener y despertar la curiosidad y la creatividad, y ya está. Lo malo –también tienen sus contraindicaciones– es cuando se convierten en otra cosa, en una especie de cadena maldita, un hoax, un bulo o una conspiración. Ahí pierden la gracia para tornarse en armas arrojadizas que casi todo lo pueden. Menos mal que en el fondo sabemos que todo es mentira. ¿O no?

Pedro Palao Pons nació en Menorca en 1967. Es periodista, escritor y colaborador de revistas como MÁS ALLÁ o Rutas del Mundo, así como autor de numerosos libros de temas insólitos y divulgación, como El misterio de los venenos (Ed. De Vecchi) o El fin del mundo (Zenith). Acaba de publicar Leyendas urbanas y conspiraciones (Libros Cúpula). Desde 2006 está al frente de la sección El más allá del programa
Atrévete (premio Ondas a la innovación), de Cadena Dial.

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